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Generalidades

Razones para tener un huerto:




La primera de todas las razones, para una persona que jamás ha tenido uno, es una razón simple: un sueño respecto a la abundancia. Y es también la última de las razones para aquellos que lo hemos tenido porque huerto productivo y riqueza son sinónimos.

Pero aparte de la riqueza confluyen otro sinnúmero de motivos que es necesario considerar aunque individualmente parezcan menos inmediatos.

Building Your Own Greenhouse
(Greenhouse Basics)
Building Your Own Greenhouse en Amazon.com
de Mark Freeman, con ilustraciones de Heather Bellanca.
Greenhouse Gardener’s Companion:
Growing Food and Flowers in Your Greenhouse or Sunspace
cover
de Shane Smith, con ilustraciones de Marjorie C. Leggitt.

I. No sólo en nuestro país -Chile- las macropólis se expanden a velocidades aparentemente alarmantes. En Santiago la ciudad crece a un ritmo vertiginoso, invadiendo terrenos anteriormente agrícolas, como Chicureo, destruyendo un suelo fértil y, lo que es peor, dejando como obsoletas esas magistrales obras de ingeniería que fueron los sistemas de canalización de aguas para regadío.

Pero todo esto es aparente. En la realidad concreta, la aparición de jardines donde antes había “campo”, es un suceso de un beneficio ecológico inmedible; y esto aunque esos jardines sean pequeños o virtuales.

La actividad campesina, considerada desde siempre como “natural” y ecológicamente equilibrada, es de todas las actividades humanas la más dañina, contaminante, y, aunque nos asombre, la de más impacto ambiental que se conoce.

Hay un daño mucho mayor contra la vida del planeta en una parcela de medidas normales con agricultura normal, que en un derrame de petróleo de un buque cisternas en el mar.

Esto, sin duda, parecerá como asombroso a una mayoría. Pero lo que intenta la actividad campesina tradicional  es un lecho (o suelo) de cultivo “aséptico”, de manera de no tener que lidiar con demasiadas plagas.

Es una cuestión obviamente válida pero que afecta tal cantidad de otras cuestiones que se autoinvalida.

Veamos cuáles:

a. Para hacer un campo de cultivo, primero, hay que eliminar las “malezas”, es decir, aquellos vegetales que se daban espontáneamente ahí. Eso incluye los árboles de cualquier tamaño.
b. Esto destruye el cobijo y la fuente de alimentos de un enorme número de especies.
c. Muchas de esas especies tratarán de alimentarse de los nuevos cultivos. Entre ellos pájaros, insectos y roedores, que deben ser eliminados a su vez.
d. Queda un gran número de depredadores sin su fuente de alimentos que deben buscar otras fuentes -como los zorros con los gallineros- que también deben ser eliminados.
e. El sistema natural se descompensa completamente pero falta todavía asegurar el crecimiento sano de los nuevos especímenes para lo que se recurre a pesticidas e insecticidas que eliminen toda vida que pueda surgir alrededor de la planta. Eso incluye la muerte de la microbiología del suelo.

Estamos tan acostumbrados a este orden de cosas que no nos llama la atención pero en un campo tradicional de cebollas, p.e., hay más daño ecológico que bajo la misma área de océano cubierta por petróleo. De hecho, en nuestro ejemplo sólo está la vida de las cebollas que sin cuidado humano morirán de inmediato.

Así, la posibilidad de restitución de las condiciones naturales en un predio agrícola inserto entre otros iguales, es más remota que en el ejemplo del océano.

De esta manera, la expansión de las ciudades asegura en cierto grado una naturaleza que cobija un alto número de especies. Pero no es solución en la medida que ello significa la destrucción de terrenos de cultivo esenciales.

Sin embargo, si esta expansión se acompaña con huertos que auto abastezcan a los propietarios, al menos de una mayoría de productos estacionales, el impacto se reduce casi a cero de la misma manera que se reduce el impacto de las migraciones campesinas a las zonas urbanas.


2. La segunda razón es la posibilidad de realizar un huerto orgánico por la calidad de su producto.

Un huerto orgánico se diferencia de la agricultura “normal” en que ésta alimenta directamente la planta. Los científicos calculan que más de un centenar de elementos participan en la nutrición de los vegetales de los cuales sólo se ha clasificado una treintena, y de los que se aplican en la práctica menos de una docena.

En la agricultura orgánica no se alimenta directamente la planta, sino que su suelo, de manera de darle un lecho rico en el que se encuentren tanto los elementos conocidos como los por conocer.

Esto produce plantas mucho más fuertes y resistentes aunque no necesariamente tan espectaculares como las de los cultivos químicos, plantas que  demasiadas veces pueden ser tratadas químicamente con exceso, estar contaminadas y producir secuelas que solo serán detectadas cuando ya es demasiado tarde: sucedió con el DDT, sucede con las aves de criaderos tratadas con hormonas que feminizan a los niños y que adelantan madurez y menstruación a las niñas. Actualmente se buscan conexiones entre algunas enfermedades neurológicas y los pesticidas de la agricultura.

Volviendo a lo anterior. Se ha determinado que en la alimentación de las plantas orgánicas participan además, una serie de bacterias y hongos, entre los que se encuentran los penicilínicos. Este fenómeno ha llevado a una serie de investigadores a apuntar que la razón por la que los animales salvajes no contraen las enfermedades que afectan a sus congéneres en cautiverio es porque se encuentran inmunizados por su alimento de origen orgánico: ya sean plantas u otros animales que se han alimentado de esas plantas. En cambio la gran mayoría de los animales en cautiverio se alimentan de plantas de cultivos químicos, o de la carne de otros animales que han sido alimentados de esa forma. Nada indica que este fenómeno no se dé también con humanos.

La pregunta es, entonces, ¿por qué la macro agricultura no es orgánica?

De hecho, en largos períodos de la historia lo ha sido, cuando el único abono era el estiércol pero para disponer de este abono hay que tener animales, cuestión cara, animales que casi desaparecieron con la revolución industrial y la aparición de las máquinas.

Sólo mucho después de la revolución se formó una clara conciencia de cómo se habían erosionado y empobrecido los suelos de cultivo, asunto que no tuvo solución hasta la magistral aparición del Salitre de Chile.

Actualmente, tener macro cultivos orgánicos es una cuestión impagable, pero igual, los agricultores serios se preocupan de mejorar cada cierto tiempo sus suelos, ya sea con importantes aportes de guano animal o de humus, normalmente de lombriz.

A la inversa, en predios pequeños, es bastante fácil tener cultivos orgánicos con todos los beneficios que producen sus frutos.


3. El cultivo orgánico se alimenta siguiendo el mismo esquema de la naturaleza, residuos vegetales y animales que son procesados por otras formas de vida que las incorporan a la tierra en forma de humus, el alimento de muchos organismos que sirven a su vez de alimentos a las plantas.

Para los cultivos, entonces, se requiere de basura (orgánica, por supuesto, no de plásticos y, ojo, el papel es orgánico en su mayoría), basura procesada en forma rápida -el Compost- o lenta -la tierra de “hojas”-. El hecho, así, de tener un huerto en el jardín posibilita el procesar la propia basura con la reducción del enorme impacto ambiental que tienen los gigantescos basurales.

El resto de los desechos, plásticos, vidrios, metales, telas y papeles o cartones, son en su mayoría reciclables y la sociedad está empezando a proveer de los medios adecuados para deshacerse de ellos.


4. Hasta el más rico tiene enclavado en su inconsciente el miedo al hambre. Todos sabemos que en casos de guerras, desastres naturales, crisis económicas o políticas, o cualquier otra, estamos todos afectos a la incapacidad de obtener nuestro propio alimento.

Esto se vio particularmente claro cuando el cólera resurgió en gloria y majestad en Chile. Por primera vez la gente (rica) se dio cuenta de la importancia de la lechuga. Lechuga omnipresente en la mesa, cotidianamente, despreciada y botada en su mayoría luego de cada comida. Todos vieron que la lechuga, los rabanitos, el repollo, la zanahoria no eran un placer esporádico: son una necesidad humana, ni siquiera un vicio.

Un niño, cualquiera, adquiere una visión completamente libre de la vida cuando sabe cómo proveerse su alimento, aunque no haya participado en un huerto directamente, sino que sólo estando enterado de que eso que está en la mesa -que no son las flores- proviene del jardín. Posibilitar a alguien a que pierda el miedo al hambre es sin duda lo más grande que nadie pueda hacer por cualquiera.

Sin el más leve ánimo de ponernos sensacionalistas, siempre recordamos con admiración a uno de nuestros primeros clientes. Un alto ejecutivo reacio al huerto, sinónimo de hipismo para él, que dio con extremo disgusto el cheque para que hiciéramos un huerto para “la Gorda” (su mujer). Cuatro o cinco meses después, nos avisó con bastante anticipación que dada una “serie de problemas”, no podía seguir pagando, que nos llamaría cuando le fuera posible.

En ese momento en nuestro país, bancos, financieras y fondos mutuos caían hechos trizas como el aparador de los cristales de alguna bisabuela en el terremoto de Chillán.

Algún tiempo después apareció nuestro excliente a agradecernos su huerto que en un momento de crisis le había permitido olvidarse del problema del hambre durante casi cuatro meses. Su empresa, internacional, considerada como sólida entre las sólidas, había reventado y no sólo la administración estaba presa, sino que en varios documentos él, sin saberlo, aparecía como codeudor.

El, “su Gorda” y sus tres hijos habían pasado momentos no angustiantes… habían pasado momentos de verdadero terror. Pero “su Gorda” con el huerto y mucha imaginación, había logrado que la mesa fuera un lugar tranquilo, un oasis lleno de “no me gusta” por parte de los niños, pero sin temores.

No puedo decir que hoy en día ese huerto es manejado por esos niños, dos de ellos adolescentes sino más, pero tienen más que claro cual es su curso… y su importancia.

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